El conflicto, más vale, separa, pero también une. O, mejor dicho, "une", así, entre comillas, por crear relaciones de dependencia mutua que, al sostenerse en el tiempo, derivan en necesidad. Ese es el hilo invisible que liga a Javier Milei con Axel Kicillof.
La excusa para ese enfrentamiento, generador de una codependencia, será en lo inmediato la polémica por el aval que el Gobierno nacional debería darle a la provincia de Buenos Aires para que tome deuda. La Casa Rosada y el Palacio de Hacienda amagan con decir que no, pero eso no debe darse por seguro. Varios factores políticos y económicos estructurales dan las claves de una relación entre opuestos que hay que entender para no perderle el hilo al devenir nacional.
El tono sostenido de la disputa política en la Argentina augura que los contrincantes no vayan a tratarse como rivales, sino como enemigos: toda la política, no sólo en nuestro país, parece librarse en la actualidad en una clave discursiva populista y, de hecho, es en ella donde la extrema derecha encuentra los fundamentos de su construcción política. Por eso es que ha hecho una relectura audaz de Ernesto Laclau y por eso es que ha puesto patas para arriba a Antonio Gramsci, de modo de pelear por la hegemonía a través de una versión propia de la "batalla cultural".
"Hacer sombra" es parte del entrenamiento de un boxeador, pero lo que lo convierte en tal no es la preparación, sino el combate. Nadie pelea eternamente contra una sombra.
Al Milei triunfal del 26-O, del empoderamiento en el Congreso en base a la cooptación de oportunistas y a la inducción de divisiones en el peronismo, no le sobran retadores. En ese sentido, la figura de Kicillof le resulta útil y por eso es que ha decidido tomarla como la de su rival designado. Si no, ¿contra qué pelearía? ¿Contra un "comunismo" que no se sabe qué es ni donde está? Aparte, ¿qué sería mejor que confrontar con otro economista y encima del palo rival?

Exitoso en septiembre y aun derrotado, como todo el peronismo en octubre, el gobernador es la principal referencia política e institucional de eso que, si es que sigue existiendo, se llama Fuerza Patria. Ese es el punto de partida. Mientras dirime una pulseada difícil y extenuante con La Cámpora –con la propia Cristina Fernández de Kirchner– y trata de sobrevivir políticamente a un tiempo complicado para gestionar, también a Kicillof le sirve ser la némesis del Presidente porque eso lo sostiene como presidenciable y alternativa.
La cuestión del endeudamiento –"financiamiento", corrigen en La Plata– por 3685 millones de dólares que Kicillof pretende asumir el año próximo, para cuya autorización pagó un elevado precio político entre contrapartes que ya no sabe si son aliadas o rivales, es consustancial a la puja de modelos que representan los dos personajes de la historia que desPertar te cuenta hoy.
Aproximadamente el 70% de esa cifra, 2.545 millones de dólares, corresponde a vencimientos de compromisos en buena medida tomados por administraciones anteriores, en especial la de María Eugenia Vidal. El restante 30% –1140 millones– cubriría necesidades presupuestarias e inversiones en obra pública que, se sabe, no forman parte de la ecuación de la extrema derecha gobernante en la Nación.
Lo dicho alude a cuatro conceptos de base: lo ocurrido en gestiones anteriores, los entresijos de la actual administración provincial, el desfinanciamiento crónico de un distrito que la Argentina toda debería tratar con mayor cuidado y las claves de un superávit fiscal nacional sobre cuya sustentabilidad es necesario hacer preguntas.
El juego de espejos queda planteado con nitidez.
Que la provincia de Buenos Aires –cerca del 40% del país en lo demográfico y en lo productivo– no pueda atender sus necesidades presupuestarias dice mucho sobre su discriminación en materia de coparticipación –de la que recibe alrededor de 22%, insuficientemente complementada en ciertos períodos con recursos extraordinarios–, una de las peores herencias del gobierno de Raúl Alfonsín. Corregirlo implicaría el consenso de los otros 23 distritos, que deberían ceder recursos que hoy perciben. Eso no ocurrirá, ni tampoco sería solución el éxito parlamentario de la reforma tributaria que cocina el Gobierno, más enfocada en que el gasto consolidado decrezca hasta un 25% del PBI que en mejorarle los ingresos a nadie.
Además, hay que incluir en esa cuenta el rigor de un ajuste nacional que encuentra en las transferencias a los distritos una variable fundamental, lo que se complementa con las discriminaciones propias de su carácter discrecional, un clásico que no inventó Milei. Y, para peor, la política antiindustrial vigente se ceba especialmente ese distrito.



